martes, 18 de diciembre de 2007

Elegía


Memorias, White Alexander


Y ahí estabas tú, madre,
guardada en el útero leñoso,
arrastrada por lo vampiros
hasta sus cuevas evangélicas.

Ahí estabas tú, madre,
con tu faz traslúcida y ausente
acerada,
pétrea,
atestiguando desde la orilla de mi hombro
que aquella que ahí yacía
crisálida gris ante mis ojos,
no eras tú.

Tú marchabas a esa hora
más al norte,
entre caminos grises del asfalto,
entre los espinos y las aguas
tú marchabas decidida a paso lento
tú, guarecida de la muerte
sosteniendo el último crujir de tu aliento
para depositarlo
definitivo y estrellado
en los labios puros de ella.

Tu aliento, madre,
yace en su corazón pequeño.

Te rescatamos del último sarcófago
para la ecuación definitiva.

María Alicia Pino

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