jueves, 14 de febrero de 2008

Ay, ¡que te quiero tanto!



¿De verdad soñaste con el volcán?
Podría decirte tantas cosas ahora, incluso hacer una crítica literaria al poema, decir que mezclas lo clásico y lo impredecible de manera maravillosa, decir que las imágenes privadas nuestras se presentan poéticas y precisas, que "El calor de nuestros hijos dentro de tu vientre." es uno de los versos más hermosos que he escuchado en mi vida. Podría decirte tantas cosas que quizás estarían de más... o no.
Pero no puedo sino mirarte por las tardes, cuando cargas con tu mochila como una metáfora que me acongoja, pensar que quizás si no te hubiese entrampado aquella noche con Lennon y mis besos, no estarías hoy soportando el calor de la tarde con veinte kilos de sal sobre tu espalda, no estarías sacudiéndote el trabajo al llegar a casa para insistir la jornada con dos críos alborotados e incansables. No sucumbirías al lavado de loza matutino y al martilleo de los maestros cada dos meses, no contratarías pabellones programados y salas de urgencia en la madrugada. Estarías quizás mirando la ciudad desde las alturas, esperando un llamado sibarita, unos ojos de luna parpadeando detrás de la puerta, estarías con tu mano debajo de la copa sonriendo a la invitada de turno; y una mesa recién servida, y un manjar a medio deshacerse. Y habría más tiempo para la risa, más amigos en la mesa, habría un espejo inofensivo saludando tus mañanas y tanto silencio, tanto.
En cambio estás ahí, apretado en este escritorio anárquico, con tus ojos tras los cristales y tu boca sonriéndome, imaginando mis pupilas brillantes y mi vocecita recordándote faenas. Estás ahí, haciendo la lista de cumpleaños y sacando el conejo del sombrero (niño mago), pidiendo ayuda a los fantasmas de siempre y vendiendo salsitas purificadoras de males. Estás ahí, esperando el cierre del día para volver al suplicio de las siete y sentir caer sobre tu rostro los besos apresurados, los mocos de la Cotito, la tempestad de ojos verdes pidiendo monstruos y paseos, la embestida de avispas sobre los platos y un final de fiesta con matamoscas como armaduras.
Es que estás mirando el correo y te sonríes de mis ingenios y sabes que esa noche pudo haber sido distinta, podría yo no haber estado a la hora acordada y tú no contestar el teléfono. Podría haber quedado la micro en pana o el timbre malo, o simplemente no gustarnos los besos. Pero todo salió al revés y aquí estamos, después de diez años aún escribiéndonos poemas y sabiendo que este día fue inventando para nosotros, aquí estamos esperando hasta el sábado para escaparnos por las calles, para detener el beso junto al río, para acariciar los dedos en el almuerzo y añorar también a los dos que esperan tras la puerta y se agitan cuando avanzamos por ellos y nos fundimos en ese volcán que soñaste, los cuatro en esta historia que formamos, en esta intensidad de vida que quisimos, en esto que es de todos los días y todas las noches y que prometimos, una vez cuando no había rollo en la cámara y la Elba sacó las fotos inclinadas cortándonos la cabeza, sería para siempre, por los siglos de los siglos.
Sabrás que también en este día se puede decir AMEN.
Ay, ¡que te quiero tanto!
Pimpollin

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