sábado, 3 de noviembre de 2007

De visita al pueblo de mi hermano



Cógeme,
llévame a los nichos,
hay tanto de qué hablar,
bordea la reja que se propaga por los límites,
siente al oriente deslizar las sombras
que refrescan.

El silencio deambula callejones
con árboles al centro,
mira estrellas maravillosas,
hojas temblando abundantes
y nos saluda escandaloso
donde el viento
se cruza con el sol de mediodía.

Allá mi hermano sentado sobre la piedra.

¿Sabías que los durmientes juegan con tu recuerdo
y el latido de las locomotoras es el mismo
de hace años?

El río pasa más allá de los paltos
y yo sigo sin bajarme de la rama hasta que llegues.

Hoy pasé por la muerte
y me detuve a buscarte,
llevo horas en los andenes
deshojando los años.

Por el norte una nariz de fierro se agiganta.

Coje mi mano que descansa sobre los rieles
no pasaré en vano las estaciones.


María Alicia Pino
(Al cumplirse 27 años de la muerte de mi hermano Peter. (4 de Noviembre de 1980)
Es imposible haber caminado tanto sin tu compañía, es inaudito escribirlo 27 años después. Sólo la noche mantiene las estrellas en el mismo lugar, esta noche es la misma que aquella. Los mismos cometas, las mismas bicicletas, ...yo sé que has de volver)







La bicicleta blanca


Música: Astor Piazzolla
Letra: Horacio Ferrer
(polca/tango)

Lo viste. Seguro que vos también, alguna vez, lo viste: te hablo de ese eterno ciclista solo, tan solo, que repecha las calles por la noche.
Usa las botamangas del pantalón bien metidas en las medias y una boina calzada hasta las orejas, ¿te fijaste? Nadie sabe, no, de dónde cuernos viene, jamás se le conoce a dónde diablos va.
De todos modos, si lo vieras pasar, miralo con mucho Amor: puede que sea, otra vez...

El flaco que tenía la bicicleta blanca;
silbando una polkita cruzaba la ciudad.
Sus ruedas, daban pena: tan chicas y cuadradas
¡que el pobre se enredaba la barba en el pedal!

Llevaba, de manubrio, los cuernos de una cabra.
Atrás, en un carrito, cargaba un pez y un pan.
Jadeando a lo pichicho, trepaba las barrancas,
y él mismo se animaba, gritando al pedalear.

"¡Dale, Dios!... ¡Dale, Dios!...
¡Meté, flaquito corazón!
Vos sabés que ganar
no está en llegar sino en seguir..."

Todos, mientras tanto, en las veredas,
revolcándonos de risa
¡lo aplaudimos a morir!
y él, con unos ojos de novela,
saludaba, agradecía,
y sabía repetir:

"¡Dale, Dios!... ¡Dale, Dios!...
¡Dale con todo, Dale, Dios!..."

Pero cierta noche, su horrible bicicleta con acoplado entró a sembrar una enorme cola fosforescente. ¡Increíble!: los pungas devolvían las billeteras en los colectivos; los poderosos terminaban con el hambre; los ovnis nos revelaban el misterio de la Paz; el Intendente, en persona, rellenaba los pozos de la calle, y hasta yo, pibe, yo que soy las penas, lloré de alegría bailando bajo esa luz la polka del ciclista.

Después, no sé, ¡te juro!, por qué siniestra rabia,
no sé por qué lo hicimos ¡lo hicimos sin querer!,
al flaco, ¡pobre flaco!, de asalto y por la espalda,
su bicicleta blanca le entramos a romper.

Le dimos como en bolsa, sin asco, duro, en grande:
la hicimos mil pedazos... Y, al fin, yo vi que él,
mordiéndose la barba, gritó: "¡Que yo los salve!..."
Miró su bicicleta, sonrió, se fue de a pie.

(Mi viejo Flaco Nuestro que andabas en la Tierra: ¿Cómo no te diste cuentas que no somos ángeles sino hombres y mujeres?)

Flaco,
no te pongas triste,
todo no fue inútil,
no pierdas la fe...
en un cometa con pedales
¡dale que te dale!
yo sé que has de volver...

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